Sería más habitual escribirlo cuando ya estuviera muerto, como homenaje a toda una vida de lucha e historia personal. De hecho, ahora mismo me pregunto porque estoy escribiendo esto... pero es que últimamente actúo por impulsos; y en este preciso momento también me pregunto por qué tengo que esperar a que fallezca si puedo hacerlo ahora mismo, con él vivo; a sabiendas que aunque lo esté probablemente no lea esto jamás.
No tengo guión ni planteamiento ni esquema que valga ahora mismo. No tenía planificado escribir esto y quizá queda muy desordenado y descolocado, no digno de un homenaje por muerte. Pero es que mi abuelo, a sus 96 años sigue vivo; y de momento no quiero hacerme a la idea de que quizá en un futuro publico por las redes sociales cuan grande era y cómo voy a echarlo de menos. No, porque puedo hacerlo AHORA.
Aquí entre mis apuntes de trauma medular, quiero escribir sobre mi abuelo paterno. A mi abuelo materno le quiero muchísimo y tengo un vínculo especial con él a pesar de la distancia y que nos vemos muy poco. Pero hoy no es de él de quien quiero escribir, sino que quiero escribir sobre la persona más longeva de mi gran familia.
A sus 96 años de edad, con 16 nietos y 7 bisnietos hasta la fecha y sin contar las parejas de éstos..., es una persona que ha cometido muchos errores desde mi punto de vista (también es muy fácil decirlo en el siglo XXI con los medios con los que vivimos... antes eran otros tiempos y otra época), por lo que quiero decir que no lo voy a tratar como un ente perfecto, irreal e ideal; pero que sin duda ha pasado por muchas cosas duras y difíciles que le han hecho ser un miembro de la familia al que admiro notablemente, y con el que sobre todo últimamente disfruto de su compañía y me río como nunca antes lo había hecho con él. Y quizá no he tenido con él de niña, la típica relación de abuelo-nieto, en el que éstos te dan regalos los domingos, o te llevan a jugar al parque, o te cuidan y hacen se segundos padres. No, yo no he tenido un abuelo así... pero no me importa, porque lo he vivido de otra forma.
Cada vez que está en mi casa me encanta escuchar sus chascarrillos, los mismos de siempre, los que repite cada vez más por la pequeña demencia que se ha instaurado en él con el paso de los años. Sus ¿hay apetí? ¿llueve, llueve?, si supieras que tiene el vaso no beberías, me voy a ca' García, me voy a niveeeeel, ¿dónde está el tuso?, ¡pero que chiquitina!, cómo no te eches chinas en los bolsillos te va a llevar el viento, pásame el jodio cacharro ese, pa qué pa qué (refiriéndose a los teléfonos móviles, tablets y ordenadores portátiles), ¡qué hermoso... a ver pá que quiere los pelos en la cara!
En realidad, soy fan de mi abuelo. Por como vive la vida, a veces alejado de su casa, de su pueblo; trotando de casa en casa a pesar de controlar esfínteres, comer solo, moverse de manera independiente y estar del coco de maravilla (sin contar la demencia a nivel de memoria a causa de la edad) pero es que ya no está para estar solo; por vivir la vida con ese entusiasmo que desde luego me ha contagiado. Ha pasado por varios Ictus, por varios problemas de salud, por la guerra y por la pérdida de muchos seres queridos, y a pesar de ello siempre tiene ganas de luchar; se aferra a la vida con ímpetu envidioso. Y yo creo que esa es la clave de su juventud... que él quiere vivir más de 100 años y así lo manifiesta.
Y yo estaré encantada de seguir compartiendo con él sus cosas, su alegría, sus ganas de vivir... y su grata compañía.
Así que por qué no, ¡feliz día del padre x2 -> feliz día abuelo!
Qué bonito Miriam y tienes razón, no hay que hacer cartas cuando ya no estén, hay que disfrutar de ellos cuando están con nosotros y compartir nuestro tiempo con ellos. A veces no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos para siempre... somos imbéciles.
ResponderEliminar